El sometimiento sexual de cuatro mujeres a los caprichos del colombiano Maluma en su canción 4 Babys ha reavivado estos días las críticas en torno al reguetón, tachado como un estilo intrínsecamente machista y, por extensión, ha encendido de nuevo el debate sobre la responsabilidad social de la cultura.

«Estoy enamorado de 4 babies / Siempre me dan lo que quiero / Chingan cuando yo les digo / Ninguna me pone pero». Cuatro versos que conforman el estribillo más polémico de los últimos meses a raíz de la denuncia de la artista visual y activista Yolanda Domínguez en El Huffington Post, al que siguió una petición con cerca ya de 80.000 firmantes para retirar el tema de circulación.

Según la misma, 4 Babys  es «denigrante para el género femenino» y «hace apología de la violencia directa hacia las mujeres, las cuales son descritas como meros cuerpos sin valor, intercambiables y absolutamente disponibles al servicio del deseo sexual ilimitado de los autores».

Ese es Maluma, el último fenómeno musical del otro lado del Atlántico, un artista que, pese a su juventud (22 años), se codea con Ricky Martin y Shakira (su canción conjunta, Chantaje, lidera la lista española y la Hot Latin Songs en EEUU). En un lustro de carrera acumula 40 millones de seguidores en redes sociales.

Durante su reciente paso por España, declaraba: «Para mí solo el cielo es el límite», unas palabras que contrastaban con su actitud sosegada y humilde, así como con la imagen moderna que intentaba proyectar, rehusando calificar su estilo musical como reguetón.

«Me encanta, me he criado escuchándolo y tengo grandes amigos en el género, a los cuales admiro, pero yo prefiero que la gente a mí me identifique más por un movimiento que por un género», señalaba este músico que decía mirarse en el espejo de Héctor Lavoe y Justin Timberlake.

Sus reticencias a emparentar con el reguetón no son nuevas, desde que Daddy Yankee diera un vuelco a principios del siglo XXI a la dimensión global del reguetón con letras como: «Esto va pa las gatas de to colores / Pa las mayores, pa las menores / Pa las que son más zorras que los cazadores / Pa las mujeres que no apagan sus motores».

Gracias a su procaz canción Gasolina, aquel cruce del sonido parsimonioso del reggae jamaicano con el descaro rapeado del hip hop y la celebración de la sensualidad de Puerto Rico pasó de distribuirse en casetes en puestos callejeros a convertirse en un movimiento internacional.

La humildad de sus orígenes imponía también inmediatez en los referentes. Las letras del reguetón bebían del barrio y de la discoteca y trasladaban esa idiosincrasia sin eufemismos ni ambages.

«Le digo a todo el mundo que tengo canciones de contenido para adultos, como la clasificación de las películas, y que un buen actor hace todo tipo de filmes. Cuando nos tenemos que expresar con un contenido explícito, lo hacemos», replicaba Daddy Yankee al preguntarle por la imagen puramente sexual que ofrecía de las mujeres.

Cada vez son menos los artistas de la nueva hornada que osan reivindicar su figura. Entre ellos está J Balvin. «Mis letras no son groseras, pero el género tiene su historia y empezó así, con letras reales y crudas, como pasó con el rock, con la salsa, con el punk…», defiende el colombiano, que habla de su propia música como «reguetón que ya ha ido por el mundo».

Son muchas las voces que alertan de que los patrones sociales que se critican en el reguetón están en otras manifestaciones culturales habituales, aunque quizás de un modo menos explícito o grueso.

Para María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación y directora de la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense, «la violencia machista se sigue transmitiendo a través de sutilezas que no generan el mismo rechazo» que un bofetón, pero que pueden derivar en él.

Sus declaraciones proceden de una charla celebrada en Madrid hace ya tres años. En ella también intervino Marta del Pozo, profesora y doctora de Derecho Procesal de la Universidad de Salamanca, tocando un punto que incide directamente en la polémica de 4 Babys.

«En tanto las mujeres se pliegan a los deseos sexuales de su pareja cuando ellos marquen, con o sin protección, estamos retrocediendo en lo que habíamos conseguido», dijo. «Si las jóvenes no encuentran otro referente distinto al de la mujer estupenda, dispuesta y sometida», ¿cómo van a imaginar que un novio controlador y autoritario sea antinatural?», preguntó.

Pero frente a la teoría de que la cultura informa el mundo y quienes abogan por delimitar sus coordenadas, otras voces reivindican la preeminencia de la libertad de expresión como campo de juego en el que estirar los límites de la realidad e invitan a forjar oyentes críticos.

Por ejemplo, ante dos polémicas tangencialmente similares, la de las acusaciones de enaltecimiento del terrorismo contra César Strawberry y los titiriteros de Madrid, Julián Hernández (Siniestro Total) declaró: «No hay nada sagrado, de todo se puede hablar y nada es apología de nada. La ficción es ficción y lo que se pueda decir en una canción siempre será ficción».

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